Uno de mis jefes decía: “nadie hace publicidad por hobby”. La publicidad es un vehículo para impulsar la venta y responde a las necesidades del negocio.
La publicidad ha estado siempre en la intersección de la cultura popular y el estudio del comportamiento humano; eso la ha hecho un espacio en el que muchos encontramos nuestro lugar.
Diseñadores gráficos, escritores, fotógrafos, comunicadores, periodistas, psicólogos, antropólogos, administradores, mercadólogos y, por supuesto, publicistas invadimos un oficio que les dio la bienvenida a la diversidad de pensamiento y a la influencia de otras disciplinas, y se convirtió en un espacio inundado de creatividad, de vida, de arte, de ciencia.
Logramos imprimirle algo de nosotros, una postura, un pensamiento, una resistencia; a pesar de ser una profesión agotadora, encontramos en ella inspiración, diversión y una conexión al hacer cosas que nos motivaban y nos emocionaban.
En los últimos años, esto ha ido cambiando. La lucha por aumentar el precio de las acciones de los holdings, las fusiones y adquisiciones de la industria redoblaron la conversación sobre el topline y el bottom line. La presión de la eficiencia y la amenaza inminente de una inteligencia artificial que nos va quitando campo han ido erosionando un espacio que antes se sentía muy fértil.
Como dice Simon Sinek, la utilidad no es un propósito; es un resultado impulsado por una creencia, por una causa que responde al porqué o al para qué de cada individuo. La motivación para el trabajo no es un solo un sueldo, sino que viene de sentir que lo que hacemos importa, y que hace una diferencia en nuestro entorno. Viene de sentirnos orgullosos de nuestro trabajo.
¿Qué queda en esta industria para quienes somos movidos por la creatividad y la cultura?
¿Cómo volvemos a traerle el alma a una industria que nos ha dado tanto?
¿Cómo le impregnamos sentido de nuevo a un trabajo que para muchos va más allá de un excel?
Creo que la respuesta está en las sabias palabras de Viktor Frankl: “A una persona se le puede despojar de todo, menos una cosa: la última de las libertades, escoger su actitud frente a cualquier conjunto de circunstancias, para decidir su propio camino”.
Si tenemos claro por qué o para qué hacemos las cosas, podemos elegir el cómo las hacemos, la actitud –como dice Frankl–, la forma en que decidimos tratar a la gente y, en últimas, la manera en que elegimos reaccionar ante los retos que nos pone este camino.
Puede que no tengamos la autoridad o la influencia para decidir cómo va a avanzar la publicidad, pero sí podemos elegir cómo queremos jugar en ella, y tal vez ahí se nos revela nuestro verdadero propósito.
Esta columna hace parte de la edición #500 de la revista impresa de P&M.