De modas y otros demonios

Las tendencias remodelan el presente y transforman el futuro.

Llega ChapGPT y todos hablan de eso. Al dejarse llevar (nuevamente) por una moda y ceder ante la tentación de redefinir estrategias basadas en la última ola de tecnología, caen en el error de confundir las herramientas con el objetivo.

Diferenciar una moda de una tendencia no es fácil: una gota de lluvia no anuncia un aguacero, pero es fácil pensar que un espantabobos es un diluvio. Para saber si lloverá o no, es conveniente ver al cielo, ver el tamaño y el color de las nubes, la dirección del viento, dónde están las montañas, sentir el olor de la lluvia, el calor del bochorno… si usted es muy digital, busque en The Weather Channel o la aplicación que use. Mas nunca –pero nunca– por una sola gota piense que la lluvia durará mucho. Lo mismo pasa con las cosas nuevas, que las consideramos maravillosas y hermosas, pero –igual que todo– en algún momento dejarán de sorprendernos.

Ojo, no estoy diciendo que ChatGPT no es una herramienta impresionante y revolucionaria que cambiará muchas cosas; lo que digo es que no transformará todo y que le falta evolucionar para llegar a su condición óptima. Hemos visto pasar el neuromarketing, la planeación estratégica, el canvas, las megas, el engagement, el ecommerce, el canal moderno y muchas otras herramientas que algunos proclamaron como “el fin de todo lo anterior” y se quedaron en su justo papel en la historia, evolucionando lentamente, mejorando y siendo usadas cada vez con más frecuencia y sensatez.

En software, he visto la llegada de grandes programas de cálculo y, al final, la gente sigue pidiendo Excel con los datos (casi siempre para no usarlo).

Es algo parecido a las películas: nos deslumbramos por el último blockbuster, su tecnología, la belleza de sus actores, los paisajes y las atmósferas creadas, pero todo eso no sería posible sin la películas anteriores que nos permiten hacer la comparación y que sentaron las bases a todas esas mejoras. Igual, volveremos a ver nuestras series y películas favoritas una y otra vez, mientras esperamos la venida de una nueva gran película.

Hago esta reflexión, porque nuestra labor como analistas, investigadores, directivos, estrategas, marketeros y publicistas está en saber diferenciar entre una herramienta y un cambio de paradigma, aprendiendo a usar la herramienta lo mejor posible y comprendiendo cómo adaptarnos a los nuevos paradigmas.

Hoy sabemos que la gente no tiene hijos y que la mujer juega un papel cada vez más central en los negocios. Más allá de las modas woke, hay que comprender que las tendencias remodelan el presente y transforman el futuro, creando nuevos paradigmas, redefiniendo lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo, sentando nuevas definiciones a muchas cosas: estamos en una época en que la tecnología nos hace las cosas cada vez más simples, pero no podemos caer en la trampa de pensar que la humanidad es cada vez más simple.

Los cambios que estamos viendo nos exigen prepararnos para adaptarnos. Es necesario tener la mente en el futuro y los pies en el presente.

Las empresas deben comprender el cambio demográfico, la evolución de los paradigmas de género, los nuevos roles de las personas y los vacíos que se vienen, para construir los puentes a tiempo y no caer en el abismo de la improvisación tardía.

Ya sabemos que el mundo físico tendrá menos gente, más mujeres liderando, menos niños, energías más limpias y un mundo digital con posibilidades infinitas, entretenimiento y satisfacción, que nos tentarán a buscar un millón de like y temerle a una caricia de verdad. Muchos preferirán el metaverso a la realidad, porque duele menos.

Nuestro rol es cada vez más necesario. No es saber usar Waze, ChatGPT o pautar en redes, sino poder saber a dónde queremos ir, hacer las preguntas correctas a una inteligencia artificial para que sus respuestas sean útiles y no llamativas, y poder saber qué pauta tomar para que las personas reciban el mensaje correcto hasta en el momento más inoportuno.

El reloj fue el primer robot que cambió al mundo. Al poder medir el tiempo, se consolidó el contrato social más poderoso que tenemos: los horarios, llegar a tiempo y definir cuántas cosas podemos hacer en un día. Hoy nadie lo ve como un robot ni que nos haya cambiado tanto. Las máquinas nos domaron hace mucho.

Artículo publicado en la edición #485 de los meses de abril y mayo de 2023.

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